La culpa y la inocencia de dos fantasmas
- Carlos Mario Mejía Suárez
- Apr 28, 2016
- 3 min read
Entre Niebla al mediodía (2016) de Tomás González y El mundo de afuera (2014) de Jorge Franco dos fantasmas emergen en medio de la novela y de repente nos sacuden porque entre uno y otro volvemos a ver la dualidad femenina entre la mujer mala y la niña buena.
La novela de González está despojada de todo sentido de inocencia. Los personajes habitan una montaña de la que rezuma el agua como una fuerza subconsciente. Este mundo natural subterráneo recuerda las profundidades del mar en Temporal o la manigua invasora de Primero estaba el mar -primera novela de González. Como esas aguas omniscientes, emana la voz de Julia... agresiva y autoafirmante; simple y orgullosa en la formulación vanidosa de su poesía y su intelectualidad. A su vez, Raúl toma la forma de un personaje sometido y subyugado por la fuerza de Julia; pero que aún así se muestra incapaz de transigir en sus opiniones, incluso si las mismas le cuestan su relación con Julia. Lo que realmente llama la atención de esta novela es el rastreo de voces... que en algunas reseñas (de las poco confiables) se menciona como condescendencia hacia el lector porque antes de comenzar cada sección nos da el nombre del personaje focalizado; pero no, lo llamativo es que en los pensamientos y acciones de los demás personajes vamos a asistiendo a las condiciones que llevan a que la desaparición de Julia vaya en dirección a la impunidad.
Esa mujer mala recordada pero condenada al olvido de la impunidad en la novela de González, contrasta con la imagen desleída de la pequeña Isolda en El mundo de afuera, donde se narra la historia de don Diego (en los años 70), un colombiano rico casado con una alemana y quien a su regreso de Europe habría hecho construir en Medellín un castillo para habitar con su esposa Ditta. Allí resguardada crece Isolda, pero esa imagen de la niña protegida y eventualmente perdida es filtrada por la mirada del Mono, un bandido que secuestra a don Diego en un esfuerzo desesperado por irse de Colombia junto a su amante secreto (simplemente denominado como El Muchacho). El Mono utilizará el recuerdo de Isolda para torturar al viejo don Diego, quien a la vez va a ir recordando su tiempo en la Europa de la posguerra, pero también torturarse a sí mismo ya que en su asedio al castillo y a la niña Isolda el mismo Mono se enamoró de la inocente. Aquí la muerte es una alternativa a la perdida de la inocencia, creando la impresión de un mundo en el que es mejor la eliminación de la inocencia por la muerte natural, que por la violencia que se apodera de las relaciones sociales.
Pero claro, en ambas novelas la maldad o la inocencia son dudosas. La maldad de Julia radica en la focalización narrativa, en la cual las voces todas se refieren a un tipo de subyugación casi voluntaria provocada por el carácter de Julia. Por otro lado, la inocencia de Isolda es una mirada masculina sobre la niña, la de un padre y la de un ser marginal que en ella ve todo lo que él no ha visto en su mundo. En ambos casos, la percepción de la mujer es un exceso perceptivo del comportamiento de los personajes filtrados por el contexto patriarcal que informa a la mirada de los personajes que las evalúan. Isolda mostrando los muslos y meneándose al jugar en el bosque que rodeaba el castillo y el carácter pasional y empático de Julia se perciben como transgresión de la justa medida de la inocencia o de la maldad y en cualquier caso arrojan sombras sobre la prontitud y facilidad con que quienes las observan crean una imagen de ellas que es más que es eso... que es también una imagen que los mueve a actuar contra ellas... ya sea por medio de un asesinato o de un castigo excesivo que termina en la muerte.
Al considerar este punto con más atención vale la pena contrastar a Julia y a Isolda con su los otros personajes femeninos de la novela (Raquel, Katrina y Alicia en el caso de Julia; Ditta, Hedda y Twiggy en el de Isolda) para notar la ausencia de auténticos vínculos entre ellas. Los personajes masculinos son la bisagra que mueve dichas relaciones en ambas novelas. Son estas, sin embargo, bisagras oxidadas... hombres desechos, hombres cerrados que terminan por dejar caer en la imagen percibida de Isolda y de Julia sus propias carencias.
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